"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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09-12-2008

 

 

 

En más de una oportunidad el Sr. Fernández Huidobro se ha autoadjudicado la función de lider teórico-ideológico y político. En esa función ha querido lanzar apotemas, descalificaciones y ninguneos sobre militantes propios y extraños. En esos desvarios anduvo durante muchos años y el libro "En la Nuca" es un ejemplo de canalladas contra los militantes del PRT argentino. Pero antecedentes pueden encontrarse tambien en los tomos 2 y 3 de "su" intento de historia que no se eleva ni sobre el nivel de memorias fidedignas. Todo eso lo hizo en los tiempos en que era el "mandamás" y la jugaba de Stalin interior. Despues, cuando cansadas las bases de sus coqueteos con los militares y todo el viraje de derecha que protagonizó en ocasion de Congreso del MPP ni lo votaron (hasta ahora esa votación es secreta) se decidió por el "fraccionalismo" y creó con el conjunto de los aparatistas parlamentarios el CAP-L.
A que se debe estos esfuerzos descalificadores? Se deben a una razón sencilla. Tanto los restos del MLN-T (léase Marenales), como el MPP (léase Mujica), como la fracción del CAP-L(lease Fernández) tienen un defecto basico: son ilegitimos con respecto a las bases. Desde el poder han provocado "el goteo" o sea el retiro de los militantes y se han quedado con lo que tienen: los elementos mas alcahuetes y con un pasado de inconsecuencia que los descalifica en cualquier reunión de viejos militantes.
La revista Hervidero, respondió en el No 7 de octubre 2004 a la calificación de "Giles" que en agosto del mismo año lanzara Fernández desde La República. El 23 de junio del 2005 en el mismo periódico Fernández Huidobro volvió al ataque contra los tupamaros de base discrepantes bajo el título de Infantiles. Desde Hervidero se le respondió con el artículo que publicamos ahora. Su fecha el No. 11 de la revista de octubre del 2005.

A más de giles, infantiles

Editorial, Hervidero

 

No hace mucho los compañeros de Her v idero nos reconocimos como “giles” (en oposición a “vivos”) por no aceptar acríticamente las verdades reveladas de los nuevos pontífices de izquierda. Ahora, algunos de los representantes de la Santa Sede han puesto en el tapete un ya conocido epíteto para desacreditar a los que piensan diferente: “infantiles”. Y como tales nos reconocemos también, aunque más no sea para no ser seniles.

A más de uno de los que hoy somos veteranos, nos impactó de niño la historia de Peter Pan y compartimos la angustia de abandonar algún día definitivamente la niñez. Y en cierto modo sería deseable preservar las motivaciones que durante nuestra infancia nos llevaron a desarrollar los valores propios de la niñez: la frescura de nuestra inocencia ante los acontecimientos que día a día nos presenta la vida.

Claro que la política es cosa de adultos. Y por tanto debe encararse con seriedad. Esta seriedad no comprende epítetos, sino análisis de la realidad con la mayor cantidad de elementos posibles, teniendo especialmente en cuenta los intereses de las diferentes clases y sectores de clase que se enfrentan en la sociedad.

Estas reflexiones vienen a cuento a raíz de algunos artículos publicados en la prensa por dirigentes emepepistas en contra de posiciones críticas ante algunas de las medidas u orientaciones del gobierno progresista. Si bien da la impresión que dichos artículos apuntan a dirimir cuestiones internas de su organización, sin duda que salpican a toda la izquierda o, al menos, a todos quienes pretendemos llevar adelante algún tipo de militancia que contribuya a gestar los profundos cambios sociales con los que algún día nos identificamos.

Parecería que con la calificación de infantiles se pretende adjudicar una cierta incapacidad, a los que cada vez somos mayor número de compañeros, de comprender y aceptar la infalibilidad de los “adultos” que gobiernan en nombre de toda la izquierda uruguaya. Izquierda, además, honrada por una tradición de unidad y lucha que tuvo madurez para interpretar, en los tiempos más duros de la lucha popular contra la dictadura, el legado histórico que nos dejara el CHE, tras sentenciar lo lesivo que significa en lo moral salir a combatir compañeros que, para el caso, no les deben prenda alguna en cuanto a compromiso con los verdaderos cambios. En todo caso, también podemos admitir que sólo se trata de aplicar un recurso para amedrentar o detener los avances de resistencia y crítica a las modificaciones de las políticas prometidas a todo un pueblo ansioso de justicia.

Debemos decir con entera confianza que también nosotros trabajamos para hacer posible el triunfo electoral del FA-EP-NM (aunque quizás más específicamente hayamos trabajado para el triunfo del FA) y valoramos que ese triunfo es un hecho histórico en el avance de las fuerzas populares y especialmente un golpe importante a los dueños del país que lo manejaron históricamente mediante los “partidos tradicionales”. Es más, fuimos defensores de la unidad en el FA antes de la dictadura e inmediatamente después de la misma, cuando muchos de los que hoy se golpean el pecho proclamándose irreductibles frenteamplistas, dudaban de su validez. Muchos de los que hoy están en el parlamento eran quienes se oponían a integrar el FA, mientras que algunos de los que impulsaban no lo están. Algunos se creen infalibles, dueños de la verdad y no aceptan críticas (ni a favor).

Claro, no por eso consideramos que este gobierno sea “nuestro” (no tenemos ataduras derivadas de cargos o puestos en el mismo). Pero por sobre todo, por más identificados que pudiéramos sentirnos con él, o aunque formáramos parte del mismo, no consideramos que eso nos inhibiera de formular críticas a algunas de sus medidas u orientaciones. Sobre todo si opinamos que dichas medidas u orientaciones no contribuyen a la “acumulación de las fuerzas populares”, sino más bien a su debilitamiento. Y eso no tiene por qué significar un deseo de que al gobierno le vaya mal. Todo lo contrario: debemos dejar bien claro que nuestro mayor interés es que a este gobierno le vaya bien pero, ¿qué significa que le vaya bien?; ¿qué le vaya bien para quiénes? Para nosotros significa atender a los sectores más postergados y no que le vaya bien en los grandes números con el FMI. Para que se dé lo que encabeza nuestra revista "que los más infelices sean los más privilegiados".

Porque lo primero que tenemos que reconocer, si tenemos la suficiente adultez para mirar las cosas con seriedad y no sólo emotivamente, es que la camiseta que tenemos puesta, por más que la amemos, no es de un solo color; ni siquiera es a rayas o con una franja; es más bien tornasolada y cambia de tonalidad según con que ángulo la orientemos a la luz (condición que es muy diferente a la “doble faz”). O dicho sin metáforas, que estamos inmersos en un conglomerado contradictorio, con intereses de clase y sectoriales que muchas veces se contraponen. Y que todos dentro de ese conglomerado representan o defienden –con más o menos coherencia y/o consecuencia- los intereses de alguno de esos sectores.

(Sin duda que tras decir esto preferiríamos aferrarnos a la idea de seguir siendo niños, ver el mundo y la sociedad a través del cristal de la inocencia y aceptar que todos los que están cerca de nosotros actúan sin intereses mezquinos. Los golpes de la vida y especialmente la reflexión sobre ellos, nos han ido enseñando que no es así. La progresiva comprensión del porqué de las enormes injusticias en el mundo, en que sobresalen por lejos la miseria y el hambre, fue ordenando nuestras reflexiones y enseñándonos a comprender que la realidad es muy distinta. )

Entonces, tan importante como contribuir a esa unidad (unidad contradictoria ante todo) es contribuir a fortalecer dentro de ella el campo de los intereses de los sectores más explotados, postergados y marginados de nuestra sociedad. Bueno, si nos definimos como aspirantes a representantes de esos sectores, como creo que es el caso.

Y así como es cierto que en ese conglomerado –y fuera de él- aparecen posiciones a las que históricamente se ha llamado “infantiles”, también es cierto que cuanto más se acerca la carroza, más posibilidades hay de que uno caiga en el escepticismo o en el inconformismo, o peor aún, que “afloje el tren de carrera y se haga manso y sobón”

En “todos los procesos importantes” han aparecido los errores –no siempre “irreparables”- de la “enfermedad” infantil y también los de quienes están excesivamente maduros (hasta podridos en algún caso). Unos y otros sirven a la derecha, que tanto puede “disfrazarse de rojo”, como aparecer con inmaculada blancura a defender supuestos valores eternos.

No hay duda que una derrota de este gobierno ha de abrir paso a un avance de la reacción, como ha sucedido históricamente en muchos casos. Pero no necesariamente la derrota ha de venir al influjo de los “ataques por la izquierda”. La historia nos enseña también cómo puede abrírsele paso a la derecha, dándole pasto con el combate a los “izquierdistas” (¿nos hemos olvidado de la República de Weimar?); o cómo puede profundizarse un proceso revolucionario desembarazándose de los “maduros” (¿dónde hubiera terminado febrero de 1917 en Rusia, si no se hubiese radicalizado el proceso “por la izquierda”?). No queremos decir con esto que estemos en una situación similar a la de Weimar o a la de febrero de 1917. Pero sí que cuando se hace referencia a las enseñanzas históricas, no hay que hacerlo en abstracto, o pensando sólo en aquellas que puedan servir para justificar una posición de hoy. Y por supuesto que sería bueno analizar experiencias más recientes, como la de Chile y Nicaragua, e incluso etapas del consecuente proceso popular de Cuba. Hay que considerar toda la experiencia histórica para reflexionar –y especialmente para contribuir a la reflexión colectiva- y extraer las enseñanzas para el hoy.

La derecha sigue ahí y es fuerte. Conserva los principales resortes del poder. Cuantas más concesiones se le hagan tratando de congraciarse con ella y cuanto más temor se le muestre, más se la irá fortaleciendo estratégicamente. Pese a nuestra confesa infantilidad, no somos tan inocentes como para no saber que ha empezado a conspirar contra este gobierno desde el mismo momento en que supo que triunfaba. Y no desde los “piquetes” o “escraches”, sino desde esos resortes de poder que conserva. Y la conspiración no siempre es oposición abierta, sino también infiltración en los mecanismos y especialmente en las cabezas (en eso, son maestros del “entrismo”).

Seguimos pensando que para consolidar el avance de las fuerzas populares se necesita no ceder ante los mecanismos del poder y dar la mayor participación posible a las masas. Los sectores más sumergidos han generado expectativas ante el gobierno progresista y no son expectativas en cuanto a los grandes números, porque con el superávit fiscal de mañana no comen hoy. Son expectativas para sus necesidades concretas de hoy. Y si bien es cierto que no es posible lograr todo de un día para el otro, también es cierto que hay señales que pueden fortalecer dicha expectativa y señales que pueden comprometerla. El fortalecimiento de la expectativa y la posibilidad de que sean partícipes para hacerla realidad es lo que puede consolidar la identificación de dichos sectores con la fuerza política. Darles protagonismo, pero además generar compromiso y entusiasmo con las tareas en que se les involucre. Algo de eso se ha logrado con la implementación de la negociación colectiva, al integrarse a la lucha sindical muchos jóvenes trabajadores con la expectativa de conseguir mejoras en la medida en que participen y se comprometan.

Pero del mismo modo que si se presentan desde el gobierno señales que fomenten la credibilidad y el entusiasmo en los sectores históricamente postergados, también es cierto que cuando se dan señales de que sus intereses se relegan en función de compromisos o concesiones a los dueños del poder, se crean las condiciones para la desesperanza, de la que fácilmente deriva el “ultraizquierdismo”.

Y junto con la participación queremos defender la imperiosa necesidad de la libertad de expresión más amplia; precisamente con quien piensa diferente; no olvidarnos de las experiencias de la historia acerca de las condenas a los discrepantes, que empezaban con la descalificación, con los motes de “agentes del enemigo”, etc., etc. y podían terminar con la aniquilación física. La riqueza, la diversidad, el debate, junto a la participación popular (íntimamente vinculados) son las defensas últimas de un gobierno que aspira a ser auténticamente popular.

 

 

 

 

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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